Os aseguro que no conozco un solo músico que no haya tenido que soportar que menosprecien su profesión. A la famosa pregunta “¿Estudias música? ¿Y qué más?” siguen las situaciones más inverosímiles, que no detallaré todavía. Es muy doloroso que menosprecien lo que te apasiona, aquello a lo que dedicas tu vida. Por eso, en este primer post quiero reivindicar nuestra profesión, una de las profesiones más hermosas, difíciles y enriquecedoras que existen. Me llamo Maite, tengo 27 años y soy pianista.
Vengo de una familia de deportistas, por lo que lo mío fue un poco de casualidad. A los 5 años me regalaron un piano viejo que un amigo quería quitarse de encima. Desde el primer día me enamoré de aquel instrumento mágico, delante del cual pasaba horas improvisando y sacando canciones de oído. Al ver esto, mi madre, que siempre había estimulado mi interés por las artes, me apuntó a la escuela de música sin pensárselo dos veces. Y así empezó todo. Desde entonces no he dejado de pensar en el piano ni un solo día.
A mis 13 años, me hallaba en uno de los momentos más emocionantes de mi vida, había entrado en el conservatorio de Grado Medio y estaba tan motivada con el piano que todo el tiempo que estaba en casa lo dedicaba a tocar. A pesar de que siempre sacaba buenas notas, alguna vez dejé de hacer la tarea del colegio y eso enfadaba a algunos profesores, que opinaban que el piano “me estaba distrayendo de lo importante”. Una de estas profesoras me dijo delante de todos mis compañeros que espabilara, que del piano no se podía vivir. Me lo dijo (aún recuerdo el escalofrío que me produjeron sus palabras) realmente convencida, supongo, de que me hacía un favor. A mi, a una niña de 13 años que probablemente tenía más claro lo que quería hacer con su vida que la mayoría de estudiantes de bachillerato. Si le hubiese hecho caso, si le hubiese creído, no habría viajado por todo el mundo, no habría tocado en escenarios increíbles, no habría ganado premios, ni grabado discos, ni conocido a personas maravillosas que compartían las mismas inquietudes que yo.
Si le hubiese creído, por supuesto, no estaría escribiendo esto.
Ya en el instituto, una compañera me preguntó “¿Y tú quieres ser pianista? ¿Pero por eso te pagan?” En un primer momento, la inocente (quizá no tan inocente) pregunta me arrancó una carcajada, pero su incredulidad se quedó para siempre grabada en mi memoria. Me hizo darme cuenta de que hay una parte de la población que no concibe la música como una profesión. No, al menos, como una profesión DE VERDAD.
Hoy, muchos años después, creo que todavía hay mucho que hacer al respecto. Siento que me he pasado la vida luchando por demostrar a esas personas que SÍ se podía, que “ he podido”. Pero pienso en toda la gente que se ha quedado por el camino, niños a los que rompieron sus sueños con frases vacías y llenas de ignorancia, personas que no tenían el apoyo suficiente, que creyeron que nunca serían buenos y abandonaron su sueño por la presión, o que simplemente tiraron la toalla.
Siempre se ha percibido el arte como algo para lo que “hay que nacer” como si eso se llevase en las venas, como si nuestro instrumento fuese una extensión de nuestro propio cuerpo y que, al conectarnos a él todo fluye como si fuese magia…Pues no. Por supuesto que hay personas con más facilidad que otras, con buena memoria, buen oído, rapidez mental, con una mejor predisposición genética para desempeñar ciertas tareas…pero la verdad es que a la hora de desarrollar con éxito una carrera musical (o cualquier carrera) el ingrediente imprescindible es el esfuerzo. Por eso me gusta pensar en el piano como una filosofía de vida. El hecho de tener siempre algo que aprender conforma nuestra voluntad, el compromiso con nosotros mismos nos hace mejores, nuestra imaginación y sensibilidad se desarrollan, y todo el esfuerzo merece la pena cuando vemos que nuestro trabajo da sus frutos, cuando nos sentamos a tocar y nuestros dedos vuelan por el teclado haciendo música. Por eso seguimos y seguiremos escogiendo este camino cada día, porque ya es parte de nosotros, nuestro camino de vida.
Maite León 15.01.20